Cuando la residencia duele: el acoso invisible que erosiona la convivencia hospitalaria
El testimonio de un médico residente expone una realidad poco visible pero extendida en los hospitales: el maltrato verbal y las faltas de respeto entre compañeros. Más allá de la presión asistencial, la residencia se convierte en un terreno fértil para dinámicas de poder que debilitan la seguridad del paciente y el bienestar del personal. Esta situación, lejos de ser anecdótica, revela carencias estructurales en la cultura organizativa y la falta de protección efectiva hacia los profesionales en formación.
El relato de un residente de Dermatología, compartido en redes sociales, ha puesto en evidencia un problema persistente en la sanidad: las faltas de respeto y el maltrato entre profesionales dentro del hospital. En su testimonio, el médico explica cómo, durante sus primeros años como MIR, fue blanco fácil de la actitud despectiva de un compañero. “Me dijeron que no sabía ni dónde estaba la aurícula derecha”, recuerda, subrayando la frecuencia con la que se emplea la humillación como recurso de supuesta enseñanza.
El residente describe otros episodios similares: reproches por solicitar pruebas clínicas, comentarios sarcásticos sobre sus conocimientos o exigencias de datos irrelevantes en momentos de presión. Estas prácticas no solo afectan la autoestima y el aprendizaje de quienes están en formación, sino que también generan un entorno de inseguridad que puede repercutir directamente en los pacientes. Tal y como apunta el propio médico, “si tienes más miedo de llamar a un especialista que de dar un alta dudosa, la decisión clínica se resiente”.
Este tipo de dinámicas reflejan una cultura hospitalaria todavía jerárquica, donde la autoridad se ejerce a menudo sin empatía y donde la supervisión no siempre está orientada a la docencia ni al acompañamiento. El residente reconoce la necesidad de preparar adecuadamente las interconsultas y presentar los casos con rigor, pero rechaza que ello justifique el trato despectivo. “Una bronca dura un minuto; un juicio por mala praxis, años”, resume, destacando cómo el clima laboral condiciona decisiones clínicas de alto impacto.
Consciente de que otros compañeros viven situaciones semejantes, el médico ha compartido consejos prácticos para sobrellevar estas interacciones: preparar la información clínica antes de llamar al especialista, responder con educación pese a la provocación y documentar cualquier negativa injustificada. Aunque son medidas útiles, no sustituyen la responsabilidad institucional de garantizar un entorno seguro y respetuoso.
El testimonio recuerda que la formación sanitaria no puede sostenerse en la precariedad emocional ni en el miedo. Reconocer y erradicar el acoso entre profesionales es imprescindible para proteger tanto a quienes están aprendiendo como a los pacientes que dependen de decisiones tomadas bajo enorme presión.
RESUMEN
La experiencia narrada por este residente refleja una herida común en la sanidad: la falta de respeto y el maltrato entre profesionales. Ser médico en formación no debería equivaler a aguantar humillaciones ni silencios cómplices. Cuando un residente duda en llamar a un especialista por miedo a una bronca, el riesgo no lo sufre solo él: lo sufre el paciente. La administración y las direcciones hospitalarias no pueden seguir ignorando que estas conductas deterioran la convivencia y la seguridad clínica. Es urgente fomentar una cultura de acompañamiento, tutoría real y empatía, en la que la enseñanza no pase por la humillación. Nuestra solidaridad es para quienes, además de aprender y cuidar, deben sobrevivir a un ambiente hostil que no debería tener cabida en un sistema sanitario público, equitativo y humano.
Visión Troponina.com
Como médico que ha trabajado en urgencias, sé lo que significa tomar decisiones bajo presión y la importancia de confiar en el equipo. Leer el testimonio de este residente me recuerda que el mayor enemigo en los hospitales no es solo la falta de recursos, sino la falta de respeto. La arrogancia convierte la docencia en castigo y el aprendizaje en miedo. No podemos permitir que la precariedad emocional se normalice como rito de paso. Necesitamos modelos de tutoría que enseñen a escuchar y acompañar, porque lo que está en juego no es solo el crecimiento del MIR, sino la seguridad del paciente. Lo invisible —las humillaciones en pasillos, las broncas a deshoras— erosiona más que las guardias interminables. Y eso, como sociedad, nos debería doler tanto como una lista de espera.
Ficha de la fuente
Medio: Redacción Médica
Autora: Tania Calahorra
Fecha: 6 de julio de 2023
Enlace: Redacción Médica